El sistema educativo finlandés a la española
Cierra los ojos y viaja conmigo unos segundos al norte de Europa. Al verdadero norte, más allá de Alemania, Dinamarca o Polonia. Si yo te digo Finlandia, probablemente las primeras ideas que se te vienen a la cabeza son frío, bosques y gente rubia de ojos azules. Pero si te abstraes un poco más, seguro que a continuación vendrían palabras como estado de bienestar, servicios públicos y, cómo no, sistema educativo.
Y es que hemos oído hablar cientos de veces del maravilloso y nada convencional sistema educativo finlandés en los informes PISA, los medios de comunicación, las redes sociales, los cursos de formación o las interminables discusiones de sobremesa con amigos o familiares donde todo el mundo tiene una opinión sobre lo que debería ser la educación.
También a mí me picó el gusanillo del por qué de esa fama y con la curiosidad por tarjeta de embarque me fui una semana a Helsinki a conocer de primera mano el Dorado educativo. Durante siete días, compañeros profesores de toda Europa y de todo tipo de etapas educativas recibimos el punto de vista de ponentes finlandeses y pudimos visitar varias escuelas y entrar en sus clases. También intercambiamos ideas entre nosotros y debatimos lo que habíamos visto en nuestras visitas.
Una semana después, la pregunta que todos nos hacíamos era ¿se puede esto aplicar verdaderamente en nuestros propios sistemas educativos? Y es que la educación finlandesa tiene unos cimientos que la sostienen (conceptos como la responsabilidad de aprendizaje del propio alumno, individualización de la enseñanza, respeto de los ritmos personales o desarrollo de los intereses particulares se repiten incensantemente), pero también la tradición de una sociedad detrás que respeta esa base teórica y que la apoya en su día a día en todos los planos imaginables.
Así que partamos de la base de que el modelo finlandés funciona por lo que es y por dónde es y ahora sí, cojamos cosas que podemos aplicar haciendo lo máximo de lo que tenemos. Me llamó mucho la atención, por ejemplo, la gran cantidad de actividades comunes que hacían en los centros de todas las etapas educativas: celebraciones, excursiones, actividades temáticas, etc. donde los alumnos de cursos más altos y más bajos trabajan juntos o se responsabilizan unos de otros. Esto no sólo es beneficioso a nivel personal (pues enseña responsabilidad y compromiso), sino también curricular (los alumnos que más saben enseñan a los que menos saben y los que menos saben aprenden de semejantes) y social, pues así se crea el sentimiento de pertenencia y afecto a la escuela y se fomenta la participación.
Claro que esto también es extrapolable al interior de un aula y de un grupo: mezclemos a nuestros alumnos todos los días para que se conozcan, hagamos estaciones de aprendizaje internivelares, propongamos celebraciones y actividades más distendidas donde puedan conocerse y relacionarse.
Si me tengo que quedar con un aprendizaje de mi semana nórdica, algo que no necesita grandes recursos, algo que inmediatamente puede mejorar mi enseñanza, es esto: se aprende mejor con compañeros que con desconocidos.
Así que cierra los ojos otra vez y haz el viaje de regreso conmigo, al sur de Europa, a España, a tu escuela. Abstráete y piensa: ¿Cómo podemos crear nuestro propio sistema finlandés a la española?
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